La cerámica ha conjugado la utilidad y la belleza de los pequeños y grandes elementos que el hombre emplea en su vida diaria. Se trata de un arte práctico que desarrolla su belleza precisamente en su utilidad.
El interés que despierta hoy en día el conocimiento de la cerámica de Talavera no es sino un reflejo de su prestigio a nivel nacional e internacional que se apoya en la diversidad y en la calidad de sus productos. Junto al más humilde de sus objetos, los hornos de los alfares de Talavera han cocido piezas de loza y azulejos de la más depurada técnica.
Ello explica su presencia en los lugares más apartados de la geografía, en las casas pobres y ricas, en palacios y conventos, en colecciones particulares, bazares, museos.
La cerámica de Talavera tiene una vigencia de exquisitez. Al paso de los siglos la decoración mostró no sólo gustos personales sino apetencias y actitudes sociales. Formas, proporciones, decoraciones y antigüedad se fueron convirtiendo en requisitos forzosos de algo elitista, de acariciado capricho de minorías. Sin embargo, la difusión de la loza, gracias a su carácter utilitario y a la frescura y espontaneidad de su decoración no sólo se extendió por todos los ámbitos, sino que, en cuanto a sus dueños, alcanzó todas las categorías sociales. Platos, platones, soperas, jarras con o sin asas, macetas, floreros, pilas de agua, lavabos, imágenes religiosas, humanas y de animales, frascos de farmacia, etcétera, es decir, todo tipo de artículos de uso cotidiano.
¿Por qué se le denomina Talavera de Puebla a la loza y al azulejo vidriado y esmaltado que se fabrica en la ciudad de ese nombre? Seguramente que por la semejanza que su estilo decorativo guarda con el de la loza originaria de Talavera de la Reina en España. Varios historiadores han dado su versión sin poder comprobarla documentalmente. La historia se confunde con la leyenda. La verdad es que aunque la loza poblana se decora a semejanza de la de Talavera, ello no basta para suponer que hayan sido talaveranos los primeros loceros que llegaron a Puebla. Bien pudieron ser sevillanos, pues Sevilla fue punto de emigración a las posesiones españolas de ultramar y centro productor de loza y azulejería con influencia mudéjar. Desde luego, un notable locero, vecino de Puebla de los Ángeles en 1604, de nombre Diego Gaytán, era originario de Talavera y no dejaría de influir, con su personal estilo, en el desarrollo de la industria poblana de la loza.
La industria del vidriado y del esmaltado del barro cocido, desconocida para los antiguos mexicanos, pasó de España a México en la segunda mitad del siglo xvi. A partir de 1580 se establece en Puebla un buen número de maestros loceros que encuentran en sus cercanías los materiales necesarios para producir cerámicas de buena calidad, y convierten a la ciudad en un centro comercial que permite la venta de sus mercancías a la ciudad de México y Veracruz.
La producción de cerámica llegó a ser muy abundante y cada locero fabricaba sus piezas a capricho, sin más que lo que imponían su propio gusto y la costumbre. A mediados del siglo xvii había tal cantidad de ceramistas que el virrey se vio en la necesidad de crear el gremio de loceros y reglamentar su oficio. Así, en 1653 se redactan en Puebla las ordenanzas que fijaron las condiciones requeridas para ser maestro del oficio, entre ellas la separación de la loza en tres géneros: fina, común y amarilla; las proporciones en que debían ser mezclados los barros para producir piezas de buena calidad, y las normas a seguir para el decorado, en las que se establecía que en la loza fina la pintura debía ir guarnecida de negro para realzar su hermosura; además se especificaban cualidades y detalles de fabricación. Llama la atención el tercer artículo, que a la letra dice: “Que no se pueda admitir a examen de dicho oficio, a ningún negro, ni mulato, ni otra persona de color turbado, por lo que importa que lo sean españoles de toda satisfacción y confianza”. Poco ha variado el proceso de elaboración de la loza. Fueron las formas y el decorado los que sufrieron una gran transformación, debido a influencias estilísticas de diferentes países y épocas.
La cerámica de Talavera, como resultado de las ordenanzas de 1653 y las ampliaciones de 1682, registró una notable mejoría; el vidriado es de un blanco bellísimo, ligeramente lechoso, uniforme, terso y brillante, en el que resaltan los azules fuerte y delgado y las características combinaciones policromas, amarillo, verde, anaranjado, azul y negro.
El auge y esplendor de la Talavera abarcó de 1650 a 1750 aproximadamente, cuando se difundió por todo el territorio de la Nueva España, Guatemala, Cuba, Santo Domingo, Venezuela y Colombia. Las luchas de independencia de las colonias, la desaparición del comercio entre ellas y la continua importación de loza y porcelana inglesas contribuyeron al cierre de los talleres por no poder competir en precio. Desde entonces se advierten periodos de mejoramiento y cambio, seguidos por otros de vulgaridad y agotamiento.
En los últimos veinte años se produce un resurgimiento con la aparición de nuevos talleres –pocos– con un sentido de empresa moderna. Todavía existen las fábricas de Guevara, de Padierna, de la Reyna y de Uriarte. Esta última fue adquirida hace diez años por un grupo inversionista que le ha dado una nueva proyección y hoy fabrica tanto los viejos modelos que les dieron fama como nuevas formas e interpretaciones. En la actualidad da trabajo a 250 empleados y exporta a Estados Unidos, Canadá, Suramérica y Europa.
Hay que mencionar por último el proyecto promovido por varias fábricas del entorno poblano y del gobierno federal para proteger la zona geográfica que contiene las materias primas características de la Talavera y que se encuentran en la zona del valle de Puebla, en los distritos de Atlixco, Cholula, Puebla y Tecali, y solicitar la declaratoria de Denominación de Origen para la Talavera.
Los árboles de la vida
En la pintoresca población de Izúcar de Matamoros se elaboran los originales y coloridos “árboles de la vida”. Algunos de ellos llegan a tener un precio de hasta ocho mil pesos, pues están hechos de barro, de acuerdo con las técnicas prehispánicas, y pintados con cochinilla, colorante que se elabora a base de un insecto de ese nombre.
Izúcar se localiza a 67 km de la ciudad de Puebla, por la carretera federal núm. 190.
Fuente: Tips de Aeroméxico No. 13 Puebla / otoño 1999
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