jueves, 8 de octubre de 2015

HISTORIA DE LA CERAMICA DE RUIZ DE LUNA  Nº 15


Las lozas del alfar
El deshornado de las primeras cochuras
representó un destello de luz en el sombrío
panorama cerámico de esta ciudad. Esos
destellos fueron cada vez más frecuentes
hasta que volvió nuevamente a amanecer
con la luz de los mejores tiempos.
Lo que se labraba a principios del siglo XX
era una producción carente de calidad artística compuesta, al margen de lo basto,
por platos de rosilla19 y cacharrería decorada
al gusto pseudovalenciano. Los modelos
traídos hacia 1860 por los operarios
venidos de Valencia y Manises se habían
ido adulterando y degenerando a lo largo
del último cuarto del siglo XIX, mezclándose
con lo que había pervivido de la tradición
talaverana, como las jarras de la Virgen del
Prado o los platos de pabellones.
En 1905 se cerró el alfar de “La Menora”
que, aunque de forma muy agotada, había
mantenido en mayor medida el gusto antiguo,
pues “El Carmen”, el único que aún
subsistía, se había rendido al gusto levantino
para ofrecer algo novedoso que conquistara
el mercado.
Vamos a realizar ahora un breve estudio sobre
las lozas que salieron del alfar de Ruiz
de Luna y que, al margen de la producción
azulejera, han sido las que en mayor medida
han llegado al gran público y extendido
su nombre. Abordaremos este trabajo intentando
agruparlas en series decorativas,
puesto que, de forma individualizada sería
imposible dada su extensión. Ya en el primer
catálogo de la fábrica (1913/14) se recogían
más de doscientas piezas de loza
diferentes20 [Cat. 110 – 112].
Entendemos por serie el conjunto de piezas
de distinta tipología que repiten los mismos
motivos sobre un mismo tema. En base a
esto, estableceremos las principales series
en la producción de la fábrica.
Serie Cal igráfica
El nombre con el que la clasificamos tiene
que ver con el dibujo que presenta, pues
éste aparece con un trazado muy fino, casi
caligráfico, que se rellena con diferentes
colores, principalmente amarillo, ocre, azul
y verde, sobre un buen esmalte blanco. Sus
motivos son casi siempre florales, acompañados
de grupos de tres hojas (trifolios) en
verde y amarillo, los que utiliza para rellenar.
A veces esta decoración tiene un motivo
central que puede ser el de la Virgen
del Prado o escenas de montería [Cat. 32
y 35].
Esta serie presenta dos notas características
que consideramos influencia de la
producción “levantina” que se realizaba en
Talavera en el momento de la fundación del
alfar. La primera es la utilización de un color
verde oliva o pardo, el cual vemos ya en
piezas de finales del siglo XIX y que nunca
había sido utilizado en Talavera antes
de la venida de los alfareros valencianos.
En el alfar se le denominaba verde de las
mujeres, pues no olvidemos que eran ellas
y algunos niños los que dibujaban en aquel
momento todos estos cacharros. Este color,
obtenido por la mezcla de cobalto y antimonio,
está presente siempre en las piezas
de esta serie, si exceptuamos aquellas muy
escasas decoradas sólo en azul. La mayoría
no solían ser muy grandes, aunque a
veces se hacían ánforas de gran tamaño,
como es el caso de la jarra dedicada al pintor
Sorolla, presente en esta exposición.
La otra característica es la aplicación en las
piezas “de cerrado” de pequeñas hojas en
relieve, bellotas como asidero de las tapas o
simplemente circulitos con puntos, también
en relieve, que rodean las bocas y las bases.
El origen de esta decoración hay que
buscarlo en las producciones de Manises
de la segunda mitad del siglo XIX [Fig. 17].
La tipología que empleó esta serie fue variada:
botijos, botellas globulares, jarras de
pico, bomboneras, ánforas y platos no de
gran tamaño. Todas ellas sólo van marcadas
con el nombre Talavera en manganeso,
enlazado y con la R caída, aunque algunas
ni siquiera llevan esta marca. Podemos circunscribirla
dentro de los dos o tres primeros
años de la primera época

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