Cuando en 1908 Ruiz de Luna inaugura la
fábrica, establece su colección en las dependencias
de la misma y, poco a poco,
las va llenando de piezas pertenecientes
a las más destacadas series cerámicas de
los siglos XVI, XVII y XVIII [Cat. 96 – 101].
Si bien a finales del siglo XIX y principios
del XX ya habían surgido los primeros museos
con un particular enfoque hacia las
artesanías, como el Museo Pedagógico de Artes Decorativas (1912) , la colección
de Ruiz de Luna se distribuyó del mismo
modo en que en el siglo anterior se habían
dispuesto los gabinetes de reyes y personajes
ilustrados. De forma casi paralela,
surgen en el territorio español otras importantes colecciones, algunas de las cuales,
constituyen parte de los fondos de destacados
museos como el Museo Nacional de
Cerámica “González Martí”10, el Museo de
Cerámica de Barcelona, el de Zaragoza,
Paterna, Alcora o el de Daniel Zuloaga en
Segovia, entre otros.
Así pues, la colección, cada vez más amplia,
terminó por convertirse en museo, el
Museo Ruiz de Luna de Cerámica Antigua,
el cual se distribuía en una amplia sala de
diferentes tramos por cuyas ventanas se
filtraba la luz y en cuyos alfeizares se disponían
cántaros y jarrones [Figs. 41, 42 y
43]. El tránsito por el museo se hacía de
forma fácil, a través de arcadas de medio
punto que comunicaban los espacios y se
decoraban con platos de diferentes tamaños.
Las paredes se cubrían no sólo de
platos, sino también de especieros, tinteros,
placas, paneles, benditeras, retablos y
altares de azulejería, combinados con otros
elementos para crear personales composiciones;
sobre mesas y diversos muebles se
disponían formas de otras épocas: mancerinas,
escudillas, salvaderas, jícaras, aguamaniles,
botes de farmacia, ánforas, etc.
Blancas columnas hexagonales, chapadas
de azulejos renacentistas en sus bases, intercalaban
el espacio para soportar el peso
de las vigas de madera y crear, sin duda,
un ambiente muy especial, como el que
consiguió para instalar el retablo de Santiago
evocando una pequeña capilla11 [Cat.
99]. La noble mesa castellana y las butacas
de tijera, donde Ruiz de Luna pasara tanto
tiempo, se disponían en el centro, situando
al artista, coleccionista y empresario en su particular templo de arte “renacentista”.
Ruiz de Luna, que había ejercido como decorador
y fotógrafo, se situaba en el centro
de un universo artístico creado por él y así,
inmerso en el espacio repleto de “cacharros
viejos”, quedó inmortalizado en más de una
ocasión en las fotografías y postales que se
conocen del antiguo museo.
fábrica, establece su colección en las dependencias
de la misma y, poco a poco,
las va llenando de piezas pertenecientes
a las más destacadas series cerámicas de
los siglos XVI, XVII y XVIII [Cat. 96 – 101].
Si bien a finales del siglo XIX y principios
del XX ya habían surgido los primeros museos
con un particular enfoque hacia las
artesanías, como el Museo Pedagógico de Artes Decorativas (1912) , la colección
de Ruiz de Luna se distribuyó del mismo
modo en que en el siglo anterior se habían
dispuesto los gabinetes de reyes y personajes
ilustrados. De forma casi paralela,
surgen en el territorio español otras importantes colecciones, algunas de las cuales,
constituyen parte de los fondos de destacados
museos como el Museo Nacional de
Cerámica “González Martí”10, el Museo de
Cerámica de Barcelona, el de Zaragoza,
Paterna, Alcora o el de Daniel Zuloaga en
Segovia, entre otros.
Así pues, la colección, cada vez más amplia,
terminó por convertirse en museo, el
Museo Ruiz de Luna de Cerámica Antigua,
el cual se distribuía en una amplia sala de
diferentes tramos por cuyas ventanas se
filtraba la luz y en cuyos alfeizares se disponían
cántaros y jarrones [Figs. 41, 42 y
43]. El tránsito por el museo se hacía de
forma fácil, a través de arcadas de medio
punto que comunicaban los espacios y se
decoraban con platos de diferentes tamaños.
Las paredes se cubrían no sólo de
platos, sino también de especieros, tinteros,
placas, paneles, benditeras, retablos y
altares de azulejería, combinados con otros
elementos para crear personales composiciones;
sobre mesas y diversos muebles se
disponían formas de otras épocas: mancerinas,
escudillas, salvaderas, jícaras, aguamaniles,
botes de farmacia, ánforas, etc.
Blancas columnas hexagonales, chapadas
de azulejos renacentistas en sus bases, intercalaban
el espacio para soportar el peso
de las vigas de madera y crear, sin duda,
un ambiente muy especial, como el que
consiguió para instalar el retablo de Santiago
evocando una pequeña capilla11 [Cat.
99]. La noble mesa castellana y las butacas
de tijera, donde Ruiz de Luna pasara tanto
tiempo, se disponían en el centro, situando
al artista, coleccionista y empresario en su particular templo de arte “renacentista”.
Ruiz de Luna, que había ejercido como decorador
y fotógrafo, se situaba en el centro
de un universo artístico creado por él y así,
inmerso en el espacio repleto de “cacharros
viejos”, quedó inmortalizado en más de una
ocasión en las fotografías y postales que se
conocen del antiguo museo.
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