a exposición de la colección de cara al público
fue objeto de una gran acogida de la
que se hizo eco la prensa de aquellos años.
La revista Toledo publicaba en 1925 un artículo
dedicado a “Un nuevo museo en Talavera”,
que hace referencia a la colección
como lo más preciado por Ruiz de Luna, y
la cita como una de las más interesantes y
completas de la época. “El mejor aposento
era para su museo; lugar no sólo de sus estudios,
cuyas piezas sirviéronle de modelo,
sino también de recreo espiritual, de placer
para el alma”12.
Un buen resumen de lo que fue este museo
lo podemos encontrar entre la documentación
de la propia fábrica que posee el archivo
de Amparo Ruiz de Luna; se trata de
una nota con el membrete de CERÁMICAS
/ RVIZ DE LVNA, S.L. / TALAVERA y titulada
“El Museo Ruiz de Luna de Cerámica
Antigua de Talavera”. En ella, en apenas
unas líneas, se sintetiza el trabajo en pro
del renacimiento de la loza talaverana, la
labor complementaria de sus hijos como
continuadores del incremento de los fondos
de la colección y su proyección internacional.
El contenido de la nota dice así:
Este interesante Museo de cerámica antigua
que contiene ejemplares valiosos
de los siglos XV al XVIII, es para el turismo
y toda persona amante de las artes
pretéritas españolas el museo Talaverano
por antonomasia.Su fundador, el Ilustre ceramista D. Juan
Ruiz de Luna Rojas, puso en la formación
del mismo la ilusión, el entusiasmo
que es posible en un artista de gran temperamento.
Simultáneamente, o como
complemento de la gran batalla que diere
a la incomprensión, al desconocimiento
y desamor de principio de siglo por estas
manifestaciones logrando con ella el
efectivo resurgimiento de la cerámica talaverana
completamente desaparecida y
olvidada, fue formando este interesante
museo de gran emotividad artística e histórica
y que hoy constituye un exponente de todos los valores que en los tiempos
pasados hicieron posible que la cerámica
de Talavera se considerase señera
entre todas las españolas.
Sus hijos y continuadores de la obra, siguiendo
la misma línea de inquietudes
artísticas, han ido aumentando el interés
de tan interesante colección, incorporando
valiosos ejemplares representativos
de diferentes épocas, logrando con tan
notable ampliación de sus salas, un conjunto
museal de gran prestigio, y que es
admirado constantemente por el turismo
internacional.-
fue objeto de una gran acogida de la
que se hizo eco la prensa de aquellos años.
La revista Toledo publicaba en 1925 un artículo
dedicado a “Un nuevo museo en Talavera”,
que hace referencia a la colección
como lo más preciado por Ruiz de Luna, y
la cita como una de las más interesantes y
completas de la época. “El mejor aposento
era para su museo; lugar no sólo de sus estudios,
cuyas piezas sirviéronle de modelo,
sino también de recreo espiritual, de placer
para el alma”12.
Un buen resumen de lo que fue este museo
lo podemos encontrar entre la documentación
de la propia fábrica que posee el archivo
de Amparo Ruiz de Luna; se trata de
una nota con el membrete de CERÁMICAS
/ RVIZ DE LVNA, S.L. / TALAVERA y titulada
“El Museo Ruiz de Luna de Cerámica
Antigua de Talavera”. En ella, en apenas
unas líneas, se sintetiza el trabajo en pro
del renacimiento de la loza talaverana, la
labor complementaria de sus hijos como
continuadores del incremento de los fondos
de la colección y su proyección internacional.
El contenido de la nota dice así:
Este interesante Museo de cerámica antigua
que contiene ejemplares valiosos
de los siglos XV al XVIII, es para el turismo
y toda persona amante de las artes
pretéritas españolas el museo Talaverano
por antonomasia.Su fundador, el Ilustre ceramista D. Juan
Ruiz de Luna Rojas, puso en la formación
del mismo la ilusión, el entusiasmo
que es posible en un artista de gran temperamento.
Simultáneamente, o como
complemento de la gran batalla que diere
a la incomprensión, al desconocimiento
y desamor de principio de siglo por estas
manifestaciones logrando con ella el
efectivo resurgimiento de la cerámica talaverana
completamente desaparecida y
olvidada, fue formando este interesante
museo de gran emotividad artística e histórica
y que hoy constituye un exponente de todos los valores que en los tiempos
pasados hicieron posible que la cerámica
de Talavera se considerase señera
entre todas las españolas.
Sus hijos y continuadores de la obra, siguiendo
la misma línea de inquietudes
artísticas, han ido aumentando el interés
de tan interesante colección, incorporando
valiosos ejemplares representativos
de diferentes épocas, logrando con tan
notable ampliación de sus salas, un conjunto
museal de gran prestigio, y que es
admirado constantemente por el turismo
internacional.-
Las piezas que componían los fondos, cerca
de dos mil, fueron inventariadas y, para
mayor control, se les añadió un sencillo sello
a cara vista en el que se sigue un mismo
modelo: MVSEO RVIZ DE LVNA TALAVERA/
Nº___/. Muchos de ellos se conservan
aún en los fondos del actual Museo, como
se aprecia en dos de los ejemplares expuestos
con figuras de animales de la serie
azul14 [Cat. 84 y 86 y figs. 44 y 45]. En
la actualidad, en las campañas anuales de
restauración y limpieza, se mantiene el criterio
de conservación de estos sellos como
parte de la historia de la pieza, trasladándose
a la parte posterior. Del mismo modo,
estas campañas permiten descubrir restauraciones
elaboradas en la fábrica; éstas se
diferencian por su peculiar tonalidad y, en
la mayor parte de los casos, por la mayor
perfección técnica de las formas y el dibujo,
que superan los de la pieza original como
el caso del ánfora del siglo XVIII que forma
parte de esta exposición.
de dos mil, fueron inventariadas y, para
mayor control, se les añadió un sencillo sello
a cara vista en el que se sigue un mismo
modelo: MVSEO RVIZ DE LVNA TALAVERA/
Nº___/. Muchos de ellos se conservan
aún en los fondos del actual Museo, como
se aprecia en dos de los ejemplares expuestos
con figuras de animales de la serie
azul14 [Cat. 84 y 86 y figs. 44 y 45]. En
la actualidad, en las campañas anuales de
restauración y limpieza, se mantiene el criterio
de conservación de estos sellos como
parte de la historia de la pieza, trasladándose
a la parte posterior. Del mismo modo,
estas campañas permiten descubrir restauraciones
elaboradas en la fábrica; éstas se
diferencian por su peculiar tonalidad y, en
la mayor parte de los casos, por la mayor
perfección técnica de las formas y el dibujo,
que superan los de la pieza original como
el caso del ánfora del siglo XVIII que forma
parte de esta exposición.
Cuando en 1908 Ruiz de Luna inaugura la
fábrica, establece su colección en las dependencias
de la misma y, poco a poco,
las va llenando de piezas pertenecientes
a las más destacadas series cerámicas de
los siglos XVI, XVII y XVIII [Cat. 96 – 101].
Si bien a finales del siglo XIX y principios
del XX ya habían surgido los primeros museos
con un particular enfoque hacia las
artesanías, como el Museo Pedagógico de Artes Decorativas (1912) , la colección
de Ruiz de Luna se distribuyó del mismo
modo en que en el siglo anterior se habían
dispuesto los gabinetes de reyes y personajes
ilustrados. De forma casi paralela,
surgen en el territorio español otras importantes colecciones, algunas de las cuales,
constituyen parte de los fondos de destacados
museos como el Museo Nacional de
Cerámica “González Martí”10, el Museo de
Cerámica de Barcelona, el de Zaragoza,
Paterna, Alcora o el de Daniel Zuloaga en
Segovia, entre otros.
Así pues, la colección, cada vez más amplia,
terminó por convertirse en museo, el
Museo Ruiz de Luna de Cerámica Antigua,
el cual se distribuía en una amplia sala de
diferentes tramos por cuyas ventanas se
filtraba la luz y en cuyos alfeizares se disponían
cántaros y jarrones [Figs. 41, 42 y
43]. El tránsito por el museo se hacía de
forma fácil, a través de arcadas de medio
punto que comunicaban los espacios y se
decoraban con platos de diferentes tamaños.
Las paredes se cubrían no sólo de
platos, sino también de especieros, tinteros,
placas, paneles, benditeras, retablos y
altares de azulejería, combinados con otros
elementos para crear personales composiciones;
sobre mesas y diversos muebles se
disponían formas de otras épocas: mancerinas,
escudillas, salvaderas, jícaras, aguamaniles,
botes de farmacia, ánforas, etc.
Blancas columnas hexagonales, chapadas
de azulejos renacentistas en sus bases, intercalaban
el espacio para soportar el peso
de las vigas de madera y crear, sin duda,
un ambiente muy especial, como el que
consiguió para instalar el retablo de Santiago
evocando una pequeña capilla11 [Cat.
99]. La noble mesa castellana y las butacas
de tijera, donde Ruiz de Luna pasara tanto
tiempo, se disponían en el centro, situando
al artista, coleccionista y empresario en su particular templo de arte “renacentista”.
Ruiz de Luna, que había ejercido como decorador
y fotógrafo, se situaba en el centro
de un universo artístico creado por él y así,
inmerso en el espacio repleto de “cacharros
viejos”, quedó inmortalizado en más de una
ocasión en las fotografías y postales que se
conocen del antiguo museo.
fábrica, establece su colección en las dependencias
de la misma y, poco a poco,
las va llenando de piezas pertenecientes
a las más destacadas series cerámicas de
los siglos XVI, XVII y XVIII [Cat. 96 – 101].
Si bien a finales del siglo XIX y principios
del XX ya habían surgido los primeros museos
con un particular enfoque hacia las
artesanías, como el Museo Pedagógico de Artes Decorativas (1912) , la colección
de Ruiz de Luna se distribuyó del mismo
modo en que en el siglo anterior se habían
dispuesto los gabinetes de reyes y personajes
ilustrados. De forma casi paralela,
surgen en el territorio español otras importantes colecciones, algunas de las cuales,
constituyen parte de los fondos de destacados
museos como el Museo Nacional de
Cerámica “González Martí”10, el Museo de
Cerámica de Barcelona, el de Zaragoza,
Paterna, Alcora o el de Daniel Zuloaga en
Segovia, entre otros.
Así pues, la colección, cada vez más amplia,
terminó por convertirse en museo, el
Museo Ruiz de Luna de Cerámica Antigua,
el cual se distribuía en una amplia sala de
diferentes tramos por cuyas ventanas se
filtraba la luz y en cuyos alfeizares se disponían
cántaros y jarrones [Figs. 41, 42 y
43]. El tránsito por el museo se hacía de
forma fácil, a través de arcadas de medio
punto que comunicaban los espacios y se
decoraban con platos de diferentes tamaños.
Las paredes se cubrían no sólo de
platos, sino también de especieros, tinteros,
placas, paneles, benditeras, retablos y
altares de azulejería, combinados con otros
elementos para crear personales composiciones;
sobre mesas y diversos muebles se
disponían formas de otras épocas: mancerinas,
escudillas, salvaderas, jícaras, aguamaniles,
botes de farmacia, ánforas, etc.
Blancas columnas hexagonales, chapadas
de azulejos renacentistas en sus bases, intercalaban
el espacio para soportar el peso
de las vigas de madera y crear, sin duda,
un ambiente muy especial, como el que
consiguió para instalar el retablo de Santiago
evocando una pequeña capilla11 [Cat.
99]. La noble mesa castellana y las butacas
de tijera, donde Ruiz de Luna pasara tanto
tiempo, se disponían en el centro, situando
al artista, coleccionista y empresario en su particular templo de arte “renacentista”.
Ruiz de Luna, que había ejercido como decorador
y fotógrafo, se situaba en el centro
de un universo artístico creado por él y así,
inmerso en el espacio repleto de “cacharros
viejos”, quedó inmortalizado en más de una
ocasión en las fotografías y postales que se
conocen del antiguo museo.
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