viernes, 18 de septiembre de 2015

HISTORIA DE LA CERAMICA DE RUIZ DE LUNA      Nº 2
Esta afirmación resulta exagerada y ya ha
sido puntualizada debidamente en cuanto
al papel de Alcora en la crisis de la cerámica
talaverana y a la relación de “El Carmen”
con Valencia , pero resulta de gran interés
por cuanto es el perfecto reflejo de un proceso
que se estaba fraguando en Talavera
a inicios del siglo XX y que estaba permitiendo
caracterizar su cerámica de los siglos
XVI y XVII como parte esencial del arte
patrio y castizo que desde otros ámbitos
nacionales y bajo el espíritu del Regeneracionismo
se estaba conformando a lo largo
de la segunda mitad del siglo XIX. Por influencia
del Krausismo, de la Institución Libre de Enseñanza , de la Generación del 98
y de otros intelectuales y pensadores, éste
periodo protagonizó la gestación de numerosos
proyectos destinados a recuperar
de entre nuestro pasado artístico y cultura
aquellas manifestaciones que se entendían
como más propias, castizas y esenciales,
prestándose especial atención a las artes
decorativas/artesanías por considerarse
éstas como las más cercanas a nuestra
verdadera esencia, a nuestra intrahistoria
en palabras de Miguel de Unamuno . Este
proceso afectó de manera general a todas
las manifestaciones artísticas y de manera
particular a la cerámica, experimentando
un amplio desarrollo a través de numerosos
procesos de revival o de recuperación de
estilos y producciones del pasado que tendrían
por protagonistas, entre otros, a Fernández
Soto y José y Enrique Mensaque
en Sevilla, a Sebastián Aguado en Toledo,
a Daniel Zuloaga en Segovia y a Juan Ruiz
de Luna y Enrique Guijo en Talavera.
La unión de estos dos hombres, Juan Ruiz
de Luna Rojas (Noez, 1863 – Talavera,
1945) y Enrique Guijo Navarro (Córdoba,
1871 – Madrid, 1954) , es uno
de esos hechos providenciales y cruciales
para la historia de los pueblos. Como ya he
señalado, a inicios del siglo XX existía en
Talavera plena conciencia de la pérdida de
una tradición –su cerámica artística– que
había gozado de su mayor esplendor en
los siglos XVI y XVII y que a partir del siglo
XVIII había sido desplazada por la influencia
de la cerámica alcoreña (al menos así
se entendía y simplificaba). Este debate
estaba alentado en gran medida desde Madrid,
donde encontramos a toda una serie
de intelectuales y ceramófilos –Francisco
de P. Álvarez Osorio, director del Museo
Arqueológico Nacional; Francisco Alcántara,
que será el director de la Escuela de Cerámica de Madrid; Platón Páramo, boticario
en Oropesa pero gran ceramófilo y
estudioso de la cerámica antigua talaverana;
los hermanos Antonio y Manuel Machado;
etc.– con los que entró en contacto el
pintor Enrique Guijo al trasladarse a Madrid
hacia 1900. Guijo se había formado como
pintor de cerámica en Sevilla en la fábrica
de Mensaque y Soto, por lo que a su llegada
a Madrid lo hace con el respaldo de uno
de los proyectos de resurgimiento cerámico
más importantes de la época.

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