Esta afirmación resulta exagerada y ya ha
sido puntualizada debidamente en cuanto
al papel de Alcora en la crisis de la cerámica
talaverana y a la relación de “El Carmen”
con Valencia , pero resulta de gran interés
por cuanto es el perfecto reflejo de un proceso
que se estaba fraguando en Talavera
a inicios del siglo XX y que estaba permitiendo
caracterizar su cerámica de los siglos
XVI y XVII como parte esencial del arte
patrio y castizo que desde otros ámbitos
nacionales y bajo el espíritu del Regeneracionismo
se estaba conformando a lo largo
de la segunda mitad del siglo XIX. Por influencia
del Krausismo, de la Institución Libre de Enseñanza , de la Generación del 98
y de otros intelectuales y pensadores, éste
periodo protagonizó la gestación de numerosos
proyectos destinados a recuperar
de entre nuestro pasado artístico y cultura
aquellas manifestaciones que se entendían
como más propias, castizas y esenciales,
prestándose especial atención a las artes
decorativas/artesanías por considerarse
éstas como las más cercanas a nuestra
verdadera esencia, a nuestra intrahistoria
en palabras de Miguel de Unamuno . Este
proceso afectó de manera general a todas
las manifestaciones artísticas y de manera
particular a la cerámica, experimentando
un amplio desarrollo a través de numerosos
procesos de revival o de recuperación de
estilos y producciones del pasado que tendrían
por protagonistas, entre otros, a Fernández
Soto y José y Enrique Mensaque
en Sevilla, a Sebastián Aguado en Toledo,
a Daniel Zuloaga en Segovia y a Juan Ruiz
de Luna y Enrique Guijo en Talavera.
La unión de estos dos hombres, Juan Ruiz
de Luna Rojas (Noez, 1863 – Talavera,
1945) y Enrique Guijo Navarro (Córdoba,
1871 – Madrid, 1954) , es uno
de esos hechos providenciales y cruciales
para la historia de los pueblos. Como ya he
señalado, a inicios del siglo XX existía en
Talavera plena conciencia de la pérdida de
una tradición –su cerámica artística– que
había gozado de su mayor esplendor en
los siglos XVI y XVII y que a partir del siglo
XVIII había sido desplazada por la influencia
de la cerámica alcoreña (al menos así
se entendía y simplificaba). Este debate
estaba alentado en gran medida desde Madrid,
donde encontramos a toda una serie
de intelectuales y ceramófilos –Francisco
de P. Álvarez Osorio, director del Museo
Arqueológico Nacional; Francisco Alcántara,
que será el director de la Escuela de Cerámica de Madrid; Platón Páramo, boticario
en Oropesa pero gran ceramófilo y
estudioso de la cerámica antigua talaverana;
los hermanos Antonio y Manuel Machado;
etc.– con los que entró en contacto el
pintor Enrique Guijo al trasladarse a Madrid
hacia 1900. Guijo se había formado como
pintor de cerámica en Sevilla en la fábrica
de Mensaque y Soto, por lo que a su llegada
a Madrid lo hace con el respaldo de uno
de los proyectos de resurgimiento cerámico
más importantes de la época.
sido puntualizada debidamente en cuanto
al papel de Alcora en la crisis de la cerámica
talaverana y a la relación de “El Carmen”
con Valencia , pero resulta de gran interés
por cuanto es el perfecto reflejo de un proceso
que se estaba fraguando en Talavera
a inicios del siglo XX y que estaba permitiendo
caracterizar su cerámica de los siglos
XVI y XVII como parte esencial del arte
patrio y castizo que desde otros ámbitos
nacionales y bajo el espíritu del Regeneracionismo
se estaba conformando a lo largo
de la segunda mitad del siglo XIX. Por influencia
del Krausismo, de la Institución Libre de Enseñanza , de la Generación del 98
y de otros intelectuales y pensadores, éste
periodo protagonizó la gestación de numerosos
proyectos destinados a recuperar
de entre nuestro pasado artístico y cultura
aquellas manifestaciones que se entendían
como más propias, castizas y esenciales,
prestándose especial atención a las artes
decorativas/artesanías por considerarse
éstas como las más cercanas a nuestra
verdadera esencia, a nuestra intrahistoria
en palabras de Miguel de Unamuno . Este
proceso afectó de manera general a todas
las manifestaciones artísticas y de manera
particular a la cerámica, experimentando
un amplio desarrollo a través de numerosos
procesos de revival o de recuperación de
estilos y producciones del pasado que tendrían
por protagonistas, entre otros, a Fernández
Soto y José y Enrique Mensaque
en Sevilla, a Sebastián Aguado en Toledo,
a Daniel Zuloaga en Segovia y a Juan Ruiz
de Luna y Enrique Guijo en Talavera.
La unión de estos dos hombres, Juan Ruiz
de Luna Rojas (Noez, 1863 – Talavera,
1945) y Enrique Guijo Navarro (Córdoba,
1871 – Madrid, 1954) , es uno
de esos hechos providenciales y cruciales
para la historia de los pueblos. Como ya he
señalado, a inicios del siglo XX existía en
Talavera plena conciencia de la pérdida de
una tradición –su cerámica artística– que
había gozado de su mayor esplendor en
los siglos XVI y XVII y que a partir del siglo
XVIII había sido desplazada por la influencia
de la cerámica alcoreña (al menos así
se entendía y simplificaba). Este debate
estaba alentado en gran medida desde Madrid,
donde encontramos a toda una serie
de intelectuales y ceramófilos –Francisco
de P. Álvarez Osorio, director del Museo
Arqueológico Nacional; Francisco Alcántara,
que será el director de la Escuela de Cerámica de Madrid; Platón Páramo, boticario
en Oropesa pero gran ceramófilo y
estudioso de la cerámica antigua talaverana;
los hermanos Antonio y Manuel Machado;
etc.– con los que entró en contacto el
pintor Enrique Guijo al trasladarse a Madrid
hacia 1900. Guijo se había formado como
pintor de cerámica en Sevilla en la fábrica
de Mensaque y Soto, por lo que a su llegada
a Madrid lo hace con el respaldo de uno
de los proyectos de resurgimiento cerámico
más importantes de la época.
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